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A Salamanca, a Unionistas, con amor

Por Álvaro Díaz García

Redacción | 21 enero, 2020

Hubo un tiempo que a Unionistas no lo conocía toda España. Hubo un tiempo que nadie, desde cerca y desde fuera, le intentó decir dónde jugar como local. El equipo todavía estaba en descenso tras un mal arranque en Liga y no había pasado la segunda ronda de Copa. Ha transcurrido escasamente una semana y han pasado tantas cosas… pero yo quiero hablar del domingo 12 de enero. Para no olvidarlo. Para que la vorágine de acontecimientos y el ambiente no se lo coman. Aunque con los pies fríos no se piensa bien…

No, no se piensa bien. Helaba en Madrid a las 8:00 de la mañana y más lo hacía en Salamanca a las 10:00. Los campos honrados y cansados, honrados y preparados, los campos castellanos de Machado a los que cantan los burgaleses La M.O.D.A, amanecían blancos como guiño neutral a las camisetas de Unionistas y Deportivo de La Coruña. Nadie podía imaginar aún que fuese un augurio de la siguiente etapa –el frío, y la oportunidad histórica del encuentro en sí, acrecentaban el carpe diem-. Era también el blanco de la paz, de dos aficiones hermanadas desde el día anterior, que comparten las consecuencias de la España vaciada y la congoja de la clasificación. La nostalgia del exilio, de los tiempos del SúperDepor y de la Unión en Primera, a compaginar con las necesidades del día a día. En Copa, sin embargo, los espíritus eran contrapuestos: los charros brillaban con la ilusión del niño que en realidad son; los gallegos, con arrugas, esperaban perder en el viaje la menor energía posible.  

Mi primera vez en Salamanca fue el 21 de marzo de 1998. Yo por entonces no sabía lo que era el Pakí Palla o el Puerto de Chus –si es que existían-; no sabía dónde estaban la calle Van Dyck y Tentenecio y no había probado ni el farinato ni la chanfaina. Supongo que hice la guía turística al uso, pero la única prueba que tengo es una foto en la Plaza Mayor con unas gafas enormes, un peinado vergonzante y una camiseta de mi equipo que ahora sería calificada de retro. En el Helmántico aprendí una de las primeras lecciones que me ha dejado este deporte: uno de los tuyos puede meter cuatro goles y puedes perder. Aquel recuerdo lo tengo nítido, como que la Nochevieja Universitaria es lo más alejado del verdadero rostro de Salamanca.

Ya en la cola, a unos metros de la niñez, mi yo adulto reconectó. Unas previas justificaciones rápidas: había ido a Las Pistas dos veces antes y otras tantas había visto en directo a Unionistas en Madrid; estoy suscrito al canal de YouTube y en celebraciones nocturnas he iniciado cánticos suyos que ocasionalmente mi cabeza tararea también en los momentos más inadecuados. Asientos de piedra, gradas de animación intergeneracionales, voluntarios multitarea…nada sobra y todo se aprovecha. Si hay que pedir un cargador por megafonía, se pide. Suenan grupos de rock que oigo en mi casa y me siento bien porque todo lo que me rodea parece cercano, auténtico, una realidad cercada a la que ahora cuesta tanto llegar a través de los muros de Instagram y WhatsApp.

En esta atmósfera de congelación, donde la conexión con la modernidad son los cafés hechos por la Nespresso y las porciones del Telepizza, transcurrió el partido contra el Deportivo. El penalti de José Ángel fue espejo al de Razvan: mismo palo, portería contraria. La grabación de las dos penas máximas desde detrás del arco emociona a todo aquel que ame el fútbol y no fuese rival. Para el que escribe esto –el de ahora, el que celebró los goles de Vieri hace 22 años seguramente hubiera dicho que nanai– hasta supuso llegar a pensar que la tanda importante de ese día ya se había ganado. El destino marcó, horas después, que sería la única. Porque con los pies fríos de verdad que no se puede pensar, pero sí sentir.

Siempre he considerado que el fútbol hay que entenderlo como la vida y éste, si es popular, modesto y democrático, casa mejor con mi esencia. O, al menos, con la dicotomía de mi amor con los colores de siempre. Supongo que Unionistas es mi proyecto social balompédico, la bella utopía que hay que cultivar sí o sí en este mundo de locos, también el del fútbol –la Supercopa hispanoarábiga, los intereses políticos, las presiones– excesivamente deshumanizado y mercantil. Unionistas nos recuerda que es más bonito llegar al cielo por el camino más duro que ver una estrella fugaz. Por mucho que el domingo la viésemos en Las Pistas. Vaya que la vimos.

Después de las turbulencias no deportivas, la calma está llegando. Y los nervios. Disfruten, presuman: se lo merecen. Más que nadie y ustedes solos (sobre todo). A pesar de que, increíblemente, la llegada de todo un Real Madrid no vaya a dejar dinero en las arcas. Sí queda la conciencia tranquila, el orgullo por la defensa de unos valores. El relato ha llegado y, mayoritariamente, se ha ganado. Contra el Depor ya lo hicieron, hicimos; también el madrileño neounionista enamorado de su ciudad que termina aquí su alegato.

Una palabra más que añadir, si se me permite, por lo vivido y por la lección que dejan.

Gracias.

Álvaro Díaz García

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